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“Esta región tiene una riqueza de voces que no existe en otros lugares”

Autor de la flamante novela “El desierto en la boca” publicada por el FER, el cipoleño Matías Stiep protagoniza esta nueva entrega del Ciclo Somos. Una conversación que invita a conocer su obra y los mojones e inquietudes de una extensa trayectoria literaria que pone de manifiesto el arraigo territorial e histórico de la experiencia escritural.

Fecha: 4 de julio de 2025
Matías Stiep, prolífico autor cipoleñoCrédito: Gentileza de Matías Stiep

Por Sebastián Carapezza

Llega la hora prefijada para la entrevista y veo a Matías Stiep delante de mí, en el marco de la pantalla de la notebook que nos conecta vía Zoom. Cruzo las primeras palabras con este prolífico autor nacido y criado en Cipolletti que ya cuenta con cuatro libros publicados, dos de ellos por el Fondo Editorial Rionegrino (FER). Matías escribe narrativa desde 1998. Obtuvo premios y menciones en diversos concursos. Integró además el Centro de Escritores “César Cipolletti”, el grupo literario “Anagramas” y el Círculo de escritores del Comahue, entre otros espacios. 

Inicio nuestra conversación indagando sobre qué razones cree que motivaron la invitación a esta charla. “Es una buena pregunta”, afirma. “Supongo que por estar hace ya unos cuantos años caminando y tropezando -porque de eso se trata- en esta vocación de escritor”, agrega con sinceridad y calma, abriendo la puerta a lo que será un intercambio dinámico y distendido. Tiro del hilo de un ovillo cargado de interrogantes y continúo… por el principio:

- ¿Cómo nació tu relación con la escritura?

- Creo que en sexto grado de primaria escribí mis primeros cuentos que rozaban el género del terror y tenían la particularidad de estar protagonizados por mis compañeritos de curso, lo que generaba incertidumbre e intriga de lo que iba a pasar en el próximo capítulo. 
Todo eso nació de la fortuna y el incentivo que da tener acceso a los libros, que es el regalo más preciado que un niño puede recibir. Si bien en mi niñez no existían todos los estímulos tecnológicos que hay en la actualidad, lo claro es que después de tanto leer uno quiere empezar a contar su propia historia. 
En el transcurso de los años siguientes conté con la presencia de algunas personas que marcaron momentos de inflexión de mi vida, fundamentales para continuar en este camino. Tuve una profesora de literatura en cuarto año que me alentaba, me habilitaba un espacio de escritura y hacía devoluciones a mis textos, lo que significó para mí algo determinante.
Luego vino la intervención de mi querida Amelia Lacuenteguy, quien coordinó en 2001 un taller literario juvenil. Ya en esa época era una adelantada a su tiempo; tenía una profunda mirada sobre la relevancia de propulsar espacios para jóvenes para que a través del arte pudieran crecer y desarrollarse. Siempre estaba generando cosas y, entre ellas, sostuvo este taller en la “Casa del Escritor”, que fue tan importante para el grupo de adolescentes al que yo pertenecía. Arengaba siempre a leer, a animarse, a no tener temor a equivocarse con el texto, creando una sinergia que fue un empujón para germinar mi primer libro, “Estrellas Blancas”, nacido en el 2001 al filo del fin de este espacio. 
Amelia escribió el prólogo de aquella obra y es quien me acompañó en las presentaciones y gran parte de ese camino cuando tenía solo 20 años. Y aún hoy si vas a los barrios de Cipolletti encontrás personas que escucharon o compartieron algo con ella… Siempre caminando en las periferias donde ninguno de los hacedores de cultura ha llegado; siempre tan generosa e imprescindible a nivel local…  Es por eso que dediqué mi cuarto libro a su memoria.

- ¿Cómo definirías y caracterizarías a tu ciudad? 

- Cipolletti es una ciudad construida a partir de las voluntades de mucha gente que llegó de otros lugares, lo que hace que su sociedad sea muy heterogénea, con un montón de facetas, y creo que  todavía en búsqueda de su identidad. Como persona que desde que nació vive aquí, siento que en este momento de mi producción literaria es un tema que me interpela e incentiva a explorar temáticas relacionadas con la memoria. Algo que se refleja en mi último libro editado por el FER, “El desierto en la boca”, en el que en forma más directa ensayo una exploración no en clave netamente histórica, pero sí buscando mecanismos a través de la ficción para generar preguntas en un lector con pertenencia a esta región. Es una obra netamente patagónica, que trata del origen de las grandes ciudades surgidas a partir del avance de la “conquista del desierto”.

- Sos escritor y abogado penalista. ¿Cómo se llevan esas actividades?

- Son dos mundos en principio bastante opuestos en cuanto a dinámicas. La vocación de escritor es muy distinta a todo porque requiere, al momento de la creación y como decía Stephen King, un momento “a puertas cerradas”, un acto muy introspectivo que va casi a contramano de todo lo otro que ocurre en esta realidad, con tantas pantallas, velocidad, información. Sin dudas que la lectura y la escritura tienen otro tiempo, otra cadencia y requerimientos para poder ensimismarse y llegar al fondo de lo que uno está tratando de generar. 
Son labores que a veces colisionan en cuanto a la demanda de tiempos y energías que hay que brindarle a cada una. Héctor Tizón explicaba muy bien esta convivencia: sostenía que ambos mundos tienen una relación muy fuerte con el conflicto. La abogacía es la forma de resolución del conflicto con un otro en el marco institucional, y la literatura lidia muchísimo con el conflicto de y entre los personajes que presentamos. Sea el género que sea, siempre habrá conflicto, muchas veces surgidos de los tres o cuatro episodios más dolorosos, más significativos, de la vida del autor y que probablemente se irán repitiendo durante toda su obra. Desde ahí se exploran cuestiones humanas, contradicciones, miedos, anhelos, sueños… Todo eso está en juego en ambos mundos, es el punto de contacto entre el ser escritor y ser abogado.

PÁJAROS, CIELOS Y DESIERTOS

Matías escucha atentamente. Ante cada pregunta se toma unos cuantos segundos, estira esos instantes hasta generar casi un clima de tensión que logra captar mis sentidos plenamente… (¿O será el delay del zoom?, incógnitas de nuestra época…). Cuando responde, lo hace de manera certera, inapelable, redonda. Habla rápido, casi que dispara las palabras para alcanzar conceptos claros; sin dudas un hábil expositor. En esa línea, Marcela Larrañaga describe en la contratapa de “Yo el pájaro y el cielo”: “Stiep despliega todo su arte de narrar en esta novela... Trae a nuestra época una historia que transcurre durante la Primera Guerra Mundial, y a través de una trama construida en primera persona pero atravesada por un diálogo fluido entre lenguas, culturas, tiempos y espacios,  nos ofrece el placer de la perfección en el uso de un lenguaje preciso”.

- En la obra “Yo el pájaro y el cielo”, premiada por el FER en 2010, te inspiraste en la vida de Manfred von Richthofen, aviador alemán conocido como el Barón Rojo. ¿Cómo surgió una novela de este tipo cuando tenías menos de 30 años?

- De chico me interesaban mucho los aviones, sobre todo los de la Primera Guerra que por sus características son los más pintorescos. Además esa fue la primera vez en que se usó al avión como arma de guerra. Los que se animaron a subirse a estos aparatos de madera, con tecnologías tan precarias, realmente eran como mínimo tipos muy temerarios, con vidas muy aventureras. Esas biografías me inquietaron y después encendieron la chispa de la novela.
La trama surge a partir de ir leyendo, atando cabos, pensado... Este aviador me llamó mucho la atención porque siendo muy joven ya era punta de lanza, emblema de esa idolatría hacia Rusia, su país, en una profunda coyuntura de guerra. En ese marco convulsionado y sacudido, este muchacho de poco más de 20 años termina siendo un estandarte nacional usado por el régimen en forma propagandística, como herramienta, lo que indudablemente le generaba tensiones y sufrimiento. El personaje se da cuenta de un montón de cuestiones luego de haber sido herido y transitar una convalecencia bastante larga, que conllevó un cambio muy radical en su forma de ver el mundo. La historia no nace de la cuestión bélica, sino de ese cambio de mirada y de imaginar cómo fue sobrevivir a esa presión familiar y nacional, las implicancias de esos mandatos.

El cuarto libro de Matías, y segundo de su autoría publicado por el FER, es “El desierto en la boca” (2025). Un texto crudo, que trae reminiscencias de los paisajes de “Pedro Páramo” o “El llano en llamas” del mexicano Juan Rulfo. En este caso, Stiep define un territorio mítico llamado “Colonia”, erigido sobre los restos de cualquiera de los fortines que levantó el Ejército argentino en su conquista a fuego y sangre sobre los pueblos originarios. En esa Colonia, posible germen de tantas ciudades actuales de la Patagonia, un manojo de criaturas desgarradas serán víctimas y también victimarios. Pondrán sus cuerpos y sus deseos en la hoguera de todas las violencias y el combate contra el otro, pero también contra el “desierto”, es decir contra el silencio. Lo no dicho se pudre adentro y supura en cada acto.

- ¿Cómo te fuiste involucrando con la temática de tu última novela?

- Surge a raíz de las inquietudes que emergen de ser testigo de este cambio tan vertiginoso que viene teniendo nuestra región, impulsado por toda la cuestión hidrocarburífera que genera unos movimientos muy acelerados, bruscos… Sus habitantes no somos ajenos a eso. 
Como rionegrinos tenemos un bagaje muy importante ligado a los pueblos originarios y estos cambios tan abruptos reviven esa tensión no saldada. A partir de tales preguntas, empieza la indagación usando diferentes tipos de fuentes, aunque ese período fundacional no tiene tanto material para investigar… Es un poco penumbroso y oscuro en cuanto a la información disponible. 
La intención no era componer un trabajo de historia sino en clave literaria, hacer esas preguntas con un condicional que aventure posibilidades. Entonces no tiene un anclaje histórico preciso, aunque cualquiera de esas historias podría haber sucedido porque es claro que las violencias fueron parte del origen de estas comunidades, continuaron y siguen de algún modo entremezcladas en nuestras sociedades, adquiriendo distintos ropajes y formas de manifestarse. 
Creo que de ahí proviene el núcleo de este libro que está ambientado tomando varios factores y personajes arquetípicos que marcaron el devenir de estos lugares cuando eran solo caseríos con estaciones de tren, sacerdote, comisario, delegado territorial, prostitutas, etc. Y un montón de cuestiones que sobrevolaban a estos personajes que terminaban actuando como instrumentos de violencia contra el otro. La literatura es una forma de hacernos preguntas acerca de cómo era la vida en ese entonces, con esos quiebres y hostilidades latentes.


Presentación de “El desierto en la boca” en la FILBA 2025
                                       

CUANDO EL LENGUAJE CREA LA REALIDAD

La entrevista continúa en un fluir de contenidos, anécdotas e informaciones. El tiempo es caprichoso, a veces corre rápido, otras no tanto. “Uno no puede darse cuenta del tiempo que pasa en un río, cuando la corriente es muy rápida. El tiempo parece muy rápido y a la vez muy corto”, sostenía en “Adiós a las armas” el versátil Ernest Heminway.

- ¿Existe una literatura patagónica? ¿Qué características tendría? 

- Como dice la célebre frase, este oficio en sí es el más solitario del mundo. Sin embargo, creo que a los escritores de esta región nos modela la distancia que tenemos con Buenos Aires, que va generando una forma distinta de encarar el oficio que nos mantiene ajenos a los cánones que manda la industria. Las personas que están en el ecosistema literario en Capital Federal están más uniformadas por seguir modelos que establecen las grandes editoriales, a pesar de que exista un universo muy rico de editoriales independientes. Creo que de alguna manera están empapados de esa cosa porteñocéntrica por estar en el núcleo de la cultura nacional. 
En la actualidad se habla mucho del algoritmo, y eso influye también a nivel editoriales en el sentido de que todo tiene que cuajar, ser vendible como producto. Y a la vez no se puede perder de vista que esto es arte, y uno vuelca ahí sus miedos, ansiedades, pesadillas y un montón de cuestiones que no se condicen con el mercado. Por eso es tan importante la existencia de canales que permitan emerger a estas voces tan propias para que encuentren sus lectores.
Creo que estar al margen genera una riqueza que no se ve en otros lugares, voces que se nutren de la heterogeneidad que pobló esta región a través de las migraciones internas, cada quien trayendo sus propias palabras. El lenguaje crea la realidad, entonces esa riqueza que hay en la zona, es única. 

- ¿Cuáles son tus condiciones ideales para escribir? ¿Tenés una metodología de trabajo?

- Me inicié como autor con la escritura de cuentos, género que, por sus características, requiere una planificación muy acabada: el carácter esférico que tiene ese relato requiere saber a dónde se dirige. En cuanto a la novela, creo que permite ese juego de adentrarse en una idea o un camino sin saber qué puede pasar. Con el correr del tiempo fui pasando uno a la otra, pero mi primera novela, al ser una novela histórica, venía ya un poco pergeñada con aquel mecanismo de tener el camino prefigurado del inicio al fin. 
De a poco fui explorando y animándome a modalidades que prescinden de un esquema de trabajo y me dejan ver qué resultados obtengo con ese monstruo indomable que es el lenguaje, siempre en la  pugna por tratar contar la historia que uno siente y que no se puede sacar de encima hasta que la narra.
Con bastante esfuerzo me salí de aquella lógica y, después de pasar de un extremo al otro, creo que en la actualidad estoy en un punto intermedio: tengo cierta noción de hacia dónde estoy yendo pero con mucha más libertad para permitir que la trama, y sobre todo los personajes, tomen la rienda y uno sea un simple testigo de ese juego. Creo que producto de tantos años de escribir, tengo flexibilidad en ese aspecto… Cuando ya se tiene un recorrido y se es más consciente de las herramientas y capacidades con las que se cuenta, uno puede llevar de otra forma la dificultad de no saber si lo que está escribiendo sirve o no. Hemingway decía que cuando se le complicaba la escritura de una novela, miraba para atrás, a sus libros anteriores, y se convencía de que si pudo hacerlo antes, también podía ahora. Pero cuando uno está arrancando no tiene esa posibilidad de observar hacia atrás. 

- ¿Cómo vivís el proceso de corrección?

- Alguien dijo que escribir es reescribir, y es verdad. Obviamente es un trabajo más cerebral donde ya no hay tanta libertad y posibilidades de ir generando el texto sin nada que frene ese flujo que va saliendo como si fuera un líquido que hay que dejar correr. Justamente la importancia de esa primera versión es que es el material primordial para después hacer el trabajo fino desde el cual la obra empieza a surgir como tal. 
Es un proceso sumamente trabajoso. De hecho, mí tercer libro, la novela histórica “Lavalle o la cruel memoria” de 2019, después de las sucesivas reescrituras y correcciones mutó de una primera versión en tercera persona a una versión final con un narrador en primera persona que tiene entreverada voces en segunda persona. Fue prácticamente un desmontaje de la novela ya escrita. Por suerte el siguiente libro, al ser de cuentos, no requirió tantos cambios dramáticos. 
Es que en cuanto a la novela, hasta que no se la termina, se la deja reposar y se la retoma con más perspectiva, no se advierte que hay cosas que no terminan de cuadrar. Entonces ahí se procede al trabajo de cortar, sacar, cambiar y pegar, que es un proceso violento pero necesario y que lleva su buen tiempo. Hay que tener en cuenta las necesidades que tiene y amerita cada obra y que son puestas en práctica en libertad absoluta, sin mapas o cartografías que nos guíen. El trabajo es arduo y trae una tensión que siempre está en juego.

- ¿Qué objetivos editoriales tenés a mediano plazo?

- Sigo escribiendo, algo que es irrenunciable. De alguna forma, en este mundo vertiginoso en el que vivimos, el acto de escribir siempre está arreglándoselas para estar presente. Hoy con lo que más cómodo me siento es con la escritura de novelas, así que estoy tratando de salir de lugares seguros y fórmulas ya probadas, desafiando límites los que uno conoce, generando borradores de corte policial negro, entre otros géneros. Y escribo sobre los temas e inquietudes que tengo ganas, no sigo tendencias del mercado o temáticas de moda. 
La historia que uno quiere contar aparece siempre de alguna forma que no es accidental. Solo hay que estar atento para percibir ese chasquido o ese relámpago y empezar a caminar en el sentido que pide la historia.

PEQUEÑOS MILAGROS

En enero 2010 Stiep fue noticia por haber calificado en la categoría Cuentos de un concurso propuesto por FER, con su obra “En mis ojos tú brillando”. La historia le permitió formar parte de una antología publicada ese año. Dos meses después, su nombre volvió a sonar, esta vez porque obtuvo el primer premio en el rubro Novela con el ya mencionado “Yo el pájaro y el cielo”. Esa obra le permitió su primera presentación en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, experiencia que repitió en mayo pasado con el flamante “El desierto en la boca”, también publicado por la editorial estatal provincial. 

- ¿Qué significancias crees que tiene la existencia del FER en términos socioculturales?

- Creo que editar a través del FER es el anhelo más preciado de todos los que escribimos en la provincia y significa la puerta, en condiciones democráticas, para poder publicar. Conocemos de antemano los altibajos en su historia y es invaluable que exista hoy, sobre todo en esta coyuntura, y con ese vigor que se le advierte en la cantidad de publicaciones que edita agregando el plus de que las obras son seleccionadas por concurso…. Yo no sé si realmente algo así sucede en alguna otra provincia. 
Un dato no menor es que el mundo editorial gira, orbita, y tiene su ombligo en Buenos Aires, y a los escritores de las provincias les es muy difícil llegar a ciertos mercados y circuitos porque es un ecosistema muy cerrado. En el interior hay mucha gente que escribe y lo hace muy bien, y si no fuera por el FER probablemente pasarían de largo, lo que sin dudas atentaría contra nuestra identidad. De esta manera, voces de toda la provincia, en igualdad de condiciones, pueden tener algo tan relevante y sustancial como el anhelo de publicar su propio libro, permitiendo que ocurran estos pequeños milagros.
Y estos milagros en mi caso ocurrieron dos veces con el FER. La primera fue sumamente sorpresiva porque me presenté sin muchas expectativas ya que estaba más enfocado en mi libro de cuentos. Me sorprendió además porque era bastante joven, sobre todo como escritor. Vargas Llosa decía que no hay escritores precoces, sino que la cuestión vital y todo lo que implica el crecimiento personal sirve como insumo necesario para el novelista. Así es que al momento de encarar la escritura y postulación de este último libro que fue seleccionado en 2024, lo hice con otro aplomo, más confiado en el texto en sí. 

Pero obviamente la decisión del jurado está fuera de la esfera de uno y hay un montón de factores dando vueltas a la hora de seleccionar... Una de las cosas que aprendí es a no crearme expectativas, porque las variables son infinitas y lo único que depende de uno es entregar el mejor texto posible.
Recuerdo que en el jurado que me seleccionó había escritores patagónicos muy importantes; es un orgullo que personas con este recorrido hayan elegido dos de mis textos. En ese sentido, creo que es fundamental que sean foráneos a la provincia, para que exista la mayor transparencia posible en un certamen que está sostenido con fondos públicos.
Por otro lado, creo que estos espacios se defienden con participación, que es lo que hace que perviva en el tiempo, por eso hay que animarse a concursar. Es un ida y vuelta que hay que sostener de ambos lados por el bien de la búsqueda de nuestra identidad, ya que entiendo que la literatura es uno de los principales puntales para encontrar ese “ser rionegrino” y en eso el FER resulta fundamental.

Fotos: gentileza Matías Stiep /  Archivo FER.
Ciclo Somos │ Coordinación, producción, edición: María Eugenia Aliani - Entrevista: Sebastián Carapezza

 

 

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